martes, 19 de mayo de 2009

ANCUD BAJO EL AGUA: 22/05/1960


"Parece que hubiera sido ayer-dice mi abuela sentada trás la estufa a leña- cuando la ola se lo llevó todo".

Cada 21 de mayo, entre la fritanga de empanadas de carne o de mariscos, sentados a la mesa en la casa de mi abuela, riendo con mis tíos, primos, hermanas y demás familia, los ojos de la anciana a medida que avanza la sobremesa se van tornando más tristes y brillosos y la conversa desemboca en el mismo hecho: el terremoto de 1960. De entre sus memorias hilvana un relato no de miedo o de terror, sino de inmensa tristeza. La tarde apacible en el Barrio La Arena, ubicado en la actual costanera, entre el muelle y la Playa de Fátima, y cómo el retumbar furioso de la tierra inicio la tragedia. En sus detalles no hay grados ni horas ni minutos de duración, hay vida y verdad, miedo y pena. Sus palabras nos trasladan a los momentos anteriores, a la tranquila residencia de bordemar compartida por sus padres, La Ica y Antuco, por Armando su marido y por los niños. Como cada fiesta, probablemente mi abuelo estaría reponiendo la caña del día 21 de mayo, y ella seguramente estaría conversando con su mamá o cuidando a los niños.
El ruido y el temblor iracundo rompieron para siempre su calma, fueron segundos para sacar a sus hijos y huir todos; de las cosas, nunca más se supo. De la casa tampoco. El terremoto no mató el Barrio La Arena, fue el mar. Cuando el miedo dio paso al asombro trás el fuerte remezón, el mar comenzó su engañosa retirada. Muchos incautos acudieron hacia la costa desnuda a buscar peces, mariscos, o sólo a mirar el extraño suceso. En ese momento se desató el caos. Con mortal poder el tramposo mar, convertido en una ola gigante comenzó su carrera de vuelta hacia Ancud. Muchos no se dieron ni cuenta, pero quienes miraban desde la orilla o las calles cercanas lo vieron, una increíble boca de mar tragaba todo cuanto sus húmedos y feroces colmillos podían engullir.
Espantados, los cientos de ancuditanos que habían terminado la siesta de manera tan abrupta, huyeron hacia los cerros. El mar les pisaba los talones y la muerte navegaba hacia el pueblo incontenible, violenta, feroz. El éxodo forzado desparramó a la gente por los alrededores, separó familias, matrimonios, pololos, hermanos. Cuando todo pasó, sólo el llanto, el miedo y la extraña alegría por estar vivos llenaban el ambiente. La noche fría fue la cobija de tantos que ahora no tenían nada.
Con el paso de los días, llegaban noticias de familiares en cerros o campos aledaños, de la tía que fue rescatada por un vecino, de los hijos que fueron cuidados por amigos o desconocidos, de aquellos que ya no estarían más. También supieron que no estaban solos en tanta desgracia, que Valdivia y otros lugares del Sur habían corrido suerte similar. Poco a poco se organizaron los sobrevivientes y comenzaron la búsqueda y la reconstrucción. Las autoridades locales, sin embargo no dieron abasto ante tanta necesidad urgente, y como siempre, los aprovechadores carroñeros sacaron sus garras para recibir lo que no les correspondía.
Los grupos mejor organizados iniciaron conversaciones para obtener respueta rápida a sus carencias; ropa, comida, casa. Los del Barrio La Arena, aguerridos pescadores y obreros, se pusieron manos a la obra, y poco a poco, comenzaron a avanzar hacia los terrenos en los que se construía una población en el sector alto de la ciudad, lejos, bien lejos del mar. Se asentaron sin permiso, con el derecho de no tener nada, junto a sus familias, ocupando muchas veces varias familias los pabellones que aún no eran viviendas.
-Así fue no más que llegamos todos acá-dice mi abuelita- con los ojos mirando allá lejos al pasado.
Hoy, cuarenta y nueve años después, la Población Inés de Bazán de Ancud luce gloriosa su estampa luchadora, organizada...saludos, vecinos, que el ejemplo de unidad y esfuerzo de nuestros abuelos, tíos y padres venga a nosotros en este nuevo año que, con tristeza por los que no están, pero con ojos llenos de futuro, recordamos.

jueves, 14 de mayo de 2009

CRÓNICAS QUELLONINAS



Ella se acercó sin ser invitada a la barra en que bajaba mi clásica Escudo chica-así no más, sin vaso-, la conocía hacía un tiempo, aunque no éramos amigos, si bien reconozco que las miradas que nos echábamos eran más que cómplices. Puro fuego, diría un amigo. Este puerto, al final da para todos, y no sólo trabajo y productos del mar.

Ella, decía, se sentó a mi lado y como que no quiere la cosa me saludó. Amablemente le respondí el saludo, pero sin dar inicio a una conversación, es más, diría que le di la clásica cortada girando mi cuerpo hacia la interesante fémina que me atendía en el bar e intenté seguir el cordial e imbécil tema que nos ocupaba-el frío o algo así- aunque ahora la dama a mi lado intentaba meter su cuchara, como reza el dicho. Sin embargo, corrieron a la par el inexorable tiempo y las cervezas, y ustedes saben, el raciocinio y el buen juicio de un momento a otro se fueron a la reverenda cresta. Además la doncella que servía los tragos hacía rato se había despreocupado del frío en las palabras mentirosas de otro de los asistentes al sucucho en el que yo intentaba, con más voluntad que capacidades, recibir la atención de alguna representante del género femenino de las que esa noche se meneaban por ahí.

No piensen mal de mí, la chica a mi lado, insistente, era lo que diríamos normal, ni linda ni fea, ni gorda ni flaca, ni tonta ni inteligente; un sólo defecto tenía la mujer: estaba "felizmente comprometida". Entenderán ahora la razón de mi prudente distancia, pues, fiel a mis creencias y sólidos principios "no debía desear a la mujer de mi prójimo"...Y ahí radicaba también el dilema de aquella noche, el "dichoso novio", mi prójimo, no estaba con ella.

Decía que las cervezas y el tiempo, sin que yo pudiese o quisiera detenerlos, avanzaban en el reloj y en mi cabeza, y para entonces, la damisela a mi lado había concentrado mi total atención. Ella logró su objetivo, era un pobre inocente atrapado en las redes de aquella persistente mujer.

Podría culpar a las cervezas, a la soledad, a la maldita música romántica del trovador en vivo, la cuestión es que de un momento a otro, había dejado la barra y me encontraba en una de las mesas del local muy "abrazaditos los dos" y pidiendo a gritos algo bailable- de hecho La Noche-, para seguir la jauja.

Por mi torrente sanguíneo, directo al cerebro, circulaban ya una considerable cantidad de cervezas chicas, que pese a su tamaño, dañan igual el sentido común. Es decir, a los primeros acordes de "la banda tropical del momento", me encontraba bailando hecho una pirinola. Y como dicen los entendidos y teóricos de la danza, no hay un arte que se aproxime más al ritual de apareamiento humano que bailar, una cosa pasó a la otra, y ya saben...Llamar un taxi a las siete y media de la mañana de un sábado en KellorK puede ser complicado.