domingo, 20 de enero de 2008

HISTORIAS DE VERANO I

Que los chilenos somos apocados, que somos grises y que hablamos todo en diminutivo, que nuestra timidez y parquedad nos hacen parecer demasiado poca cosa frente a nuestros vecinos trasandinos o a los candentes y tropicales morenos centroamericanos; todas afirmaciones que pueden ser ciertas, pero como la imágen muestra hay algo en que no nos ganarán nunca...nuestra tendencia casi suicida al beber. Y sostengo esta aseveración a partir de las experiencias de terceros y las mías propias. Quizás se deba a la mezcla mapuche andaluza, o a las constantes interconexiones con las hordas migratorias... Es digno de estudio... En todo caso, estas palabras vienen a modo de introducción para relatar, al menos lo que recuerdo, una de las tantas salidas veraniegas 2008.
Estando yo tranquilamente en un sucucho cibernético (léase ciber) propiedad de mi padre-pintoresco personaje de quien en otra ocasión hablaremos- recibí la noticia de que un grupo de amigos tocarían en un concurrido y bastante buen local nocturno ancuditano (es un pub, no piensen mal)... Como era sábado, encontré la noticia y la consabida invitación -"¡cómo no vai a ir po' huevón"- justa para la ocasión, por lo que me dispuse a tomar algunas lucas de mi reserva carretera y enfilar los pasos hacia el mentado cuchitril etílico.
Al llegar, secundado por dos buenos amigos, tomamos ubicación en el sector en el que mis socios tocaban sus blues alcohólicos y cigarreados y nos dispusimos a beber sendas cervezas para amenizar y ponernos a tono con el festivo ambiente.
Con el pasar de las horas, la cosa se fue poniendo cada vez más entretenida, los músicos tocaban mejor y las mujeres a nuestro alrededor eran todas cada vez más bellas. El influjo del alcohol, el espíritu del vino, se apoderó de nuestros disminuídos sentidos y de repente mi cuerpo reveló cierta autonomía en sus movimientos, los pensamientos se entrecruzaban y la sinapsis se convirtió en una atochada carretera de la zona central en época de verano.
Tamaña falla sistémica tuvo nefastas consecuencias. Además de la consabida caña del día después- y según lo que me contaron- funcioné aproximadamente dos horas en piloto automático. El "apagón de tele" me llevó a cantar a viva voz acompañado de mi fiel MP3, bailar sobre una pequeña mesa (sin striptease), saltar desde allí a la mesa contigua -que tenía público-, hacerme el galán con una veinteañera que estaba en la barra sola y finalmente, ser sacado del local por los dueños junto a mis dos amigos, muy diplomáticamente debo decir.
Después de esas dos horas de funcionamiento primitivo subconsciente, desperté de pie, apoyado a una pared gracias a que una amiga, que a esas horas hacía deporte -08:30 hrs- se compadeció de mi deplorable estado y me despertó...


Continuará....